Valor estético y carácter artístico en la literatura: algunas puntadas

Muchas veces se habla de valor literario (que no es otra cosa que la noción de valor estético en el campo particular de la literatura) como una característica o cualidad que poseen las obras literarias en sí mismas, como si el valor literario fuera algo que se pudiera calcular en el acto de
creación. Creo que en estos casos se confunde valor literario con gusto personal y hacer un juicio como “la obra x tiene (o no tiene) valor literario” muchas veces esconde un juicio del tipo “la obra x me gusta (o no me gusta) y por eso tiene (o no) valor literario”, lo cual, claro, linda con un subjetivismo incompatible con las maneras en que una comunidad valora las obras literarias. Quisiera en esta nota presentar otra manera de acercarse al valor literario (en adelante valor estético) y de paso diferenciarlo de lo que sería el carácter artístico.

Ciertos discursos estéticos defienden la idea de que las obras de arte poseen un valor estético objetivo, como si este residiera en la obra desde el momento mismo en que fue creada, anterior a un proceso real de recepción. Esta concepción resulta problemática porque supone que es posible programar las obras de arte. Supone la idea de que el artista puede decidir de antemano crear una obra con un valor tal, lo cual implica que es el artista quien decide, desde la creación, que su obra sea una obra maestra. Y aunque el artista puede aspirar a que su obra sea altamente valorada, como deseo y motivación, no es él quien hace que su obra tenga valor; para ello, debe pasar por el tribunal de la recepción que es donde recibirá los galardones o las condenas. Problema aparte, propio de una sociología del arte, es qué tan honesto es este tribunal donde la academia, la crítica, las editoriales, la prensa y el público entran en fuertes tensiones.

En lugar de esta concepción de valor estético, que lo entiende como una cualidad de la obra, considero más operativa una definición que parta de una concepción sígnica de la obra literaria. Es decir, una concepción según la cual la obra literaria funciona únicamente como un dispositivo generador de significaciones en diferentes niveles. En otras palabras, como un texto que ha sido generado a partir de múltiples procesos de configuración (artísticos, como veremos luego) para ser interpretado por una comunidad lectora que le asignará diferentes valores. Entre esos valores está el valor estético, que es el resultado de un juicio que se decanta en la comunidad lectora, según el cual la obra es aceptada como una obra literaria y ubicada al interior de algún canon. Bien sea un canon local, como una literatura nacional o un canon de género o subgénero literario (novela policial, ciencia ficción, novela culturalista, literatura de género, etc.); bien sea general, si se quiere, al modo del canon occidental que propone Harold Bloom, constituido por los 'grandes clásicos' de la literatura. En tal sentido, el valor estético es el reconocimiento que una comunidad lectora hace de una obra literaria como una obra artística, lo cual genera una promoción de la misma que a su vez atraerá a más lectores, reafirmando aún más su valor estético. Además, en la medida en que este valor sea más alto, la obra logrará mayor vigencia a lo largo del tiempo. Aparte de su innegable carácter artístico, el Quijote no sería la obra de arte que es si no se hubiera dado, a lo largo del tiempo, una serie muy compleja de acciones de promoción que han mantenido vigente su alto valor estético.


El carácter artístico, por su parte, tiene que ver con los procesos de creación, la elección de los materiales, de las estrategias, de las formas, de los recursos, de la manera en que se dialoga o no con tradiciones anteriores. Hablamos concretamente de los elementos específicos del arte literario y que además lo diferencian de otros tipos de discursos, aunque las fronteras puedan ser borrosas. Nos referimos aquí a los géneros literarios, las técnicas narrativas, la versificación, el lenguaje y los registros, la focalización y el manejo del narrador, los temas y los tópicos, las figuras o procedimientos retóricos, etc., todos estos, elementos que el escritor debe dominar, algunos de manera más consciente que otros y que en conjunto son los que configuran la obra y le indican a un lector formado sobre su carácter literario (no así, insistimos, sobre su valor estético). Son los materiales que el escritor elige y somete a transformaciones, que le dan el carácter singular a su obra, cuya forma final, el texto literario, es el que espera ser valorado positivamente por una o varias comunidades lectoras. Incluso, en ciertos casos en que la materia literaria se ha escondido con el fin de volver borrosa la frontera entre realidad y literatura, siempre hay algo, así sea la palabra 'novela' escrita en la carátula, por poner un ejemplo, que le advierte al lector sobre la naturaleza artística del texto.


Teniendo clara la diferencia entre valor estético y carácter artístico, es interesante ver cómo en el ejercicio del arte, que en la actualidad funciona como un mercado, suele usarse un discurso en el cual se defiende que, en nuestros términos, el valor estético debe basarse en el carácter artístico de la obra. Pero viene a ser un discurso contradictorio pues en el fondo hay otros criterios, diferentes al artístico, que guían el juicio o la asignación de valor estético efectivo. Piénsese, por ejemplo, en el caso de la pintura, cómo una copia exacta de una obra de arte no es considerada arte si bien posee un carácter artístico similar, dado que ha sido configurada de manera muy similar al original y con los mismos elementos o materiales artísticos. Recordamos el caso del norteamericano Mark Landis, quien, haciéndose pasar por un millonario coleccionista de arte, donaba a pequeños museos cuadros de artistas famosos que en realidad él copiaba minuciosamente. Con tan buenos resultados artísticos, que pasaron más de veinte años para que fuera descubierto. En ese momento, sus pinturas pasaron inmediatamente de ser consideradas obras de arte a ser objetos fraudulentos, si bien algunos museos trataron de aprovechar esto para promoverlos nuevamente como obras de arte, pero ya no por su artisticidad sino por toda la historia que las enmarcaba. Un claro ejemplo de cómo el valor estético no reside en la obra sino que es atribuido independientemente de su carácter artístico.


El problema, entonces, es que muchas veces el valor estético no recae sobre el carácter artístico, como sí sucede en comunidades más académicas y con menos intereses ajenos a lo literario, donde lo que le importa al que emite el juicio es emitirlo de acuerdo a las características artísticas de una obra. En este caso, la obra será evaluada de acuerdo a su configuración y el juicio defenderá ciertos materiales o configuraciones como más, o menos, apropiadas de acuerdo al resultado final que es la obra. Pero otras comunidades, incluso más influyentes en el público, hacen juicios que no se basan en el carácter artístico. La prensa, las editoriales, las instituciones educativas, por ejemplo, tienden a poner en primer plano otros criterios por encima del criterio artístico. De esta manera, criterios políticos, morales, de género, de coyuntura, de entretenimiento, de identidad, pueden ser más importantes a la hora de valorar positivamente una obra, que el artístico. Lo que da pie para pensar que el juicio estético (por lo menos en los contextos donde una obra se origina), es más un juicio de carácter político que de carácter artístico.

Y es que una de las funciones de la valoración estética es la promoción de la obra: un colegio promoverá un cierto conjunto de lecturas para sus estudiantes, algunas dictadas por los ministerios que obedecen a las academias, pero otras dictadas por la filosofía del colegio, por ejemplo si es confesional o laico; la prensa promocionará obras de grandes editoriales y de grandes nombres más que literatura independiente; los premios mezclarán aspectos artísticos (de los que se encarga un jurado) con aspectos políticos aparentemente inocuos como el límite etario, el género, la nacionalidad, la residencia, o burocráticos (que se filtran en la convocatoria). Recordamos cómo recientemente en Bogotá una obra premiada legítimamente por un jurado fue rechazada luego porque en los papeles faltaba una firma de la autora. Ejemplo de cómo un jurado realiza un juicio estético basado (presumiblemente) en lo artístico y cómo la institución realiza un juicio estético basado en lo burocrático, en virtud del cual no se le otorga el premio, y por lo tanto se le niega la promoción que merecía según los jurados y termina, en este caso, como las demás obras participantes que no fueron seleccionadas, con un juicio estético negativo.

Aunque el problema del valor estético es mucho más complejo, de todo lo dicho aquí se podría sacar una conclusión tipo moraleja. Si se quiere, que el valor estético que se genera en las comunidades sobre una obra literaria debería estar basado en el carácter artístico de la obras más que en otros criterios extraartísticos; pero, para lograr esto, es necesario que las comunidades estén formadas para emitir este tipo de juicios basados en lo artístico. Sin embargo, el arte en la actualidad, como en otros momentos igual de opacos, es un ejercicio político que no solamente involucra a los artistas sino a otras personas e instituciones con variados intereses que suelen poner por encima del criterio artístico, otros criterios para adjudicar valores estéticos.


G. Serventi