Lugares peligrosos para un oficio amansado


Por los días en que Carolina Sanín era despedida de Los Andes, escribí un post titulado Mansos lugares para un oficio peligroso, en el cual reflexionaba acerca del lugar paradójico que los filósofos ocupan hoy en la sociedad. Porque, mientras la vocación crítica inherente al
quehacer de ellos dio lugar al origen de la Universidad (junto con la del Estado, la institución más influyente en la construcción del mundo tal como lo conocemos), esta pareciera
haberse convertido en su verdugo. Allí mencionaba una situación particularmente problemática para la práctica de los filósofos: las inútiles demandas con que las universidades saturan el tiempo de sus docentes y le imponen a su práctica profesional una dinámica de acumulación de puntos, como si a la larga la Universidad no fuera hoy sino un supermercado más. ¿Lo es? En aquel post, yo señalaba que la historia de la humanidad es expresión del poder de la Filosofía y de los filósofos para transformar el mundo, y que, no en vano, fueron perseguidos por ejemplo Sócrates, Hipatia, Ockham, Marx, Russell o Negri. La idea era afirmar que de cara a tal evidencia (el peligro que supone para el poder el ejercicio de un pensamiento sólido, amplio y comprometido), el turbulento siglo XX nos había dejado con la Universidad convertida en un lugar de remanso, como si la producción de conocimiento y el ejercicio incansable de una lectura crítica del mundo, que le corresponden a su esencia, fueran apenas el detalle de un paisaje bucólico con jóvenes reunidos alrededor de un sano entretenimiento que cuesta una fortuna. Sin embargo, el reciente despido injustificado de la profesora Luciana Cadahia en la Facultad de Filosofía por parte de la Javeriana me fuerza a ver invertidos los términos de mi metáfora, luego de detenerme a observar juntos el destacado perfil de la profesora Cadahia y su crítica profunda a posturas del oficialismo que tocan temas sensibles para la sociedad colombiana (mejor, para la sociedad del presente y del porvenir). Cabe empezar por decir que soy egresada de esta Facultad y que por lo tanto doy fe de la altura y la seriedad de su Escuela. La más antigua por nuestras tierras y que no en vano trajeran los jesuitas. Nace ahí la motivación de este texto.

Que la Filosofía llegue a ser mansa resulta contrario a su propia naturaleza, como contrario a su naturaleza deberían ser también el peligro y el temor dentro de una institución cuyas banderas, ondeadas durante siglos por los jesuitas, son las del pensamiento activo y la argumentación rigurosa en favor de la sociedad. Pero otra cosa es que los filósofos sean mansos, o que se vean obligados a serlo, cuando en un lugar inventado para la libertad del ser humano se acaba silenciando precisamente la autonomía. En varias entrevistas que le han hecho a raíz de su despido inmediato, la profesora Cadahia ha señalado que quien acabó asumiendo la reunión en la que fue notificada era una funcionaria administrativa, y que cuando les preguntó a los superiores que estaban presentes (el decano y el director de Departamento) acerca de la causa, si estaban dispuestos a permitirlo (a firmar una decisión que todos convenían en que era injustificada), ambos guardaron silencio y bajaron la mirada. Este gesto, a mi modo de ver, es un resumen preciso de la actuación que hoy la Javeriana defiende con un silencio apabullante (en todos los sentidos del término). Porque, ¿cómo se explica que dos académicos que han consagrado su vida al estudio de argumentaciones trascendentales para la historia del pensamiento se encuentren de un momento para otro en una situación tal? Incapaces de ofrecer o explorar razones, de comunicarlas y debatirlas, ¿son estos los filósofos que la Javeriana hoy quiere de una de sus hijas predilectas, la Facultad de Filosofía? La reunión saldría tal como la esperaban quienes dieron la orden (¿quiénes fueron?): al final, una funcionaria administrativa tendría más para decir que tres doctores en Filosofía juntos. Creo que no me pregunto, sino que sé, con qué cara el decano y el director de Departamento, antes que funcionarios, filósofos, volverán a las aulas y a los trabajos de grado para continuar entrenando a sus estudiantes en que no coman entero. Y me pregunto, ellos dos, y sus colegas, ¿cómo van a seguir diciéndoles a los estudiantes que el arte del análsis que enseña la Filosofía sí es importante; que piensen por cuenta propia y que eso les hará libres; que vale la pena seguir entrenándose en el hallazgo y la lectura de problemas para ser profesionales de la pregunta? O ¿se querrá concluido el tema en las aulas y en los pasillos? ¿Se pretenderá vetado en el campus? Porque la Javeriana, a su vez, ¿desde dónde dirá sostener viva una escuela de Filosofía? ¿Con qué cara habrá de decirse parte de una comunidad académica global que hoy no le merece una respuesta?

No son preguntas caprichosas. Al despido de Cadahia no solo le siguió un absoluto silencio (hasta el momento de esta publicación) por parte de la Javeriana y de la Facultad de Filosofía, sino también el llamado*, reprochable desde todo punto de vista, que el vicerrector Luis Guillermo Sarasa Gallego S.J. le hizo a una de las estudiantes de la Facultad con ocasión de las reuniones en las que ella compartía con sus compañeros el rechazo a una decisión que, digo yo, no era ya en contra de una profesora con un desempeño brillante, ni en contra de la milenaria tradición de ofrecer y evaluar razones, sino en contra de ellos mismos, que de súbito y sin saber por qué (aun cuando acuden a esas aulas a entrenarse en las mejores formas para indagar, entre otras cosas, el porqué), se veían privados de continuar procesos iniciados con el pulso de la disciplina, el ímpetu de la juventud y la convicción de que un mundo mejor aparte de ser deseable, es posible**. Ante tamaño despropósito (¿obedecía a su vez el vicerrector Sarasa?, ¿cuán larga es la cadena de quienes tuvieron que agachar la mirada?): ¿en dónde va a situarse la Javeriana para sostener que su razón de ser es la inteligencia y no la mansedumbre o eventualmente el acoso? ¿Cómo mantendrá las ideas del servir y el renacer juntas? ¿Aprenderá, o aprendió ya, a decir “siguiente pregunta”? Y los estudiantes inscritos hoy en la Facultad de Filosofía, ¿cómo inscribirán materias, cómo escribirán trabajos y tesis, en un lugar donde cualquier día la razón puede no ser lo primero? El nombre de su semillero de investigación Tiempos de crisis parecía referirse a la esperanza antes que al pesimismo. Ahora no. ¿Acabaremos por ver a Hegel proscrito?


* Según el comunicado emitido el 30 de mayo por el Grupo de estudiantes Tiempos de crisis, que aparece en la versión digital de la Revista Arcadia.

** Sobre esta vocación de la Universidad, véase nuestro post anterior.

Lucía H. Rodríguez